viernes, julio 18, 2014

¡Yo soy México-americano! (Rancheras, cuando los hombres lloran I)



Esta tarde Juan Carlos Luque, el hombre de tras del personaje, y yo nos vestiremos de Chinaski y de Cuates para hacer unas cuantas rancheras desde un balcón en la plaza Regomir, a eso de los 19:30 h. en los actos de cierre de les Llimonades de este año.

Eso me ha decidido a recuperar para este blog uno de los mejores artículos que, en mi opinión, recuerdo haber escrito. Lo hice para la desparecida  revista Ritmos del Mundo y creo recordar que se editó en el número de septiembre de 2011. Dado que se trata de un artículo largo, iré colgándolo en diferentes entregas. Ahí va la primera.   

Rancheras, cuando los hombres lloran.

La música ranchera es un género que, a menudo, ha sufrido la injerencia de personajes ajenos a él que le han hecho más mal que bien. Eso, unido a la cutrez de alguno de sus actuales representantes ha convertido un estilo único en una música poco respetada e, incluso, caricaturizada. Este reportaje va a intentar devolverle al género lo que nunca debió haber perdido.


En 1876 el general Porfirio Díaz llegaba al poder en México, tras levantarse en armas contra el entonces presidente Sebastián Lerdo de Tejada. El país vivía momentos convulsos desde hacía varios años, especialmente desde la conocida como batalla de Puebla, que en 1862 intentó hacer frente a una incipiente invasión por parte del ejército francés. Se iniciaba así un período de luchas tanto externas como internas que sumieron al país en un estado de depresión permanente. Eso, como suele ser habitual, provocó que el pueblo buscara vías de escape y una de ellas fue la música. Los numerosos soldados que se reparten por todo el territorio de la nación cogen sus guitarras para cantar, especialmente, a sus novias, a sus mujeres, a sus hijos y a lo que significa estar sin ellos. Sin saberlo estaban provocando el nacimiento de un estilo que iba a ligarse para siempre al nombre de su país.

Díaz permaneció en el gobierno hasta 1910, momento en que se inicia la conocida Revolución Mexicana. En ese período, conocido bajo el nombre del porfiriato, los ricos se hacen más ricos y los pobres más pobres, y estos últimos siguen ahogando sus penas en canciones. Por eso cuando el demócrata Francisco I. Madero es arrestado en un intento de evitar su candidatura a las previamente amañadas elecciones programadas para aquel año, las clases menos favorecidas no pueden más y se alzan en armas contra el gobierno. La sublevación nacional llevó a la población a ocupar Ciudad Juárez, cosa que provocó que Díaz acabara exiliándose a Francia. En 1911 se celebran unas nuevas elecciones y, esta vez, Madero sale elegido por aclamación popular. Pero no era oro todo lo que relucía y rápidamente se producen graves desencuentros con los dos líderes principales del alzamiento: Emiliano Zapata y Pascual Orozco. La historia parecía condenada a repetirse cuando en 1913 llega la llamada contrarrevolución, encabezada por Félix Díaz, Bernardo Reyes y Victoriano Huerta que acaba con este último en el poder y Madero asesinado. De nuevo enfrentamientos contra líderes revolucionaros, esta vez encabezados por Venustiano Carranza y Francisco Villa, acaban con el presidente exiliado. Poco a poco todos los líderes de la revolución irán cayendo y eso los convertirá en mitos y también en protagonistas de las canciones nacidas del folklore popular. Zapata cae en 1919, Carranza en 1920, Pancho Villa en 1923 y Obregón en 1928. En esta fecha sitúan algunos, precisamente, el fin de la citada Revolución, aunque hay quien asegura que éste se produce en 1924 con la presidencia de Elías Calle o incluso en 1940. En cualquier caso, con el crecimiento de la estabilidad militar pero el país aún en quiebra moral y económica, los diferentes gobiernos se dedicaron a, como no, buscar entretenimientos para que la gente olvidara las penurias y los problemas. Uno de ellos fue el Teatro Nacional. Allí es donde se cantaban las historias de los revolucionarios y también las canciones de amor y desamor que los soldados de todos los bandos habían ido componiendo en esos años de convulsión. Sin apenas darse cuenta, la ranchera era un hecho. El nombre se tomaba de la palabra norteña rancho, de evidente origen americano, y que designaba a todo lo rural. Eran las canciones del campo.

Poco a poco, los cantantes de rancheras fueron convirtiéndose en auténticos héroes nacionales ocupando el puesto que, curiosamente, dejaban los revolucionarios. El género vivió sus momentos de máximo esplendor entre 1940 y 1960 y se asentó como uno de los símbolos distintivos del país. Jalisco y Durango se convertirán en las ciudades alrededor de las cuales girará todo el movimiento musical. Un estilo que se basará en el vals, la polca o el bolero, copiando sus compases: 3/4, 2/4 o 4/4, respectivamente. Con una estructura que pocas veces se sale de la establecida por estrofa-estribillo-estrofa-estribillo-solo-estribillo, será interpretado con instrumentos como el guitarrón, la trompeta, el acordeón o el tololoche. Eso y sus características letras se convertirán en sus rasgos principales. Las leyendas populares relacionadas con la revolución de sus inicios darán paso a historias sobre cantinas, duelos, tragedias amorosas, caballos o pistolas para acabar, casi de forma monotemática, hablando de amor.

El género, además, conseguirá traspasar fronteras para desarrollarse también en países de Sudamérica como Argentina, Perú, Colombia y Venezuela. Y aunque muchos son los autores que podríamos citar como esenciales, dado que no es el objetivo de este artículo nombrarlos a todos, vamos a hacer una pequeña selección. Subjetiva pero imprescindible (continuará…)



Sonando: Mexico-Americano de Los Lobos

1 comentario:

manel dijo...

eres un sentimental.........