lunes, febrero 13, 2017

El Ryan Adams más country

El género destinado a dominar los 90, el americana, está algo descolocado cuando llega el año 2000. Sus referentes no parecen dispuestos a enarbolar la bandera del estilo por diferentes motivos. Los Wilco de Jeff Tweedy abren horizontes tras la publicación en 1999 de “Summerteeth”, algo que desembocará en “Yankee Hotel Foxtrot” (2002), donde la música de raíces no es precisamente la protagonista, como ya apuntan en sus conciertos previos. Jay Farrar, la otra mitad de Uncle Tupelo, no ha conseguido llegar al primer plano mediático con Son Volt –que sufrirán un largo hiato tras “Wide Swing Tremolo” (1998)–, y tampoco lo hará con su carrera en solitario, que arrancará poco después con “Sebastopol” (2001). Tras la salida de Mark Olson, The Jayhawks han culminado su trilogía mágica con “Sound of Lies” en 1997, pero están a punto de editar “Smile”, con el que bajarán el listón y con el que se ganarán la incomprensión de crítica y público. Y Counting Crows, tras la explosión mediática de “August and Everything After” (1993) y “Recovering the Satellites” (1996) andan enredados en discos menores como “This Desert Life” (1999). Huérfano de referentes, el americana se tambalea. Parece que todo se ha limitado a una década mágica hasta que aparece en escena Ryan Adams. No es un recién llegado. Ni un desconocido, al menos para los seguidores de la música de raíces. Sus aventuras liderando Whiskeytown han culminado con un gran éxito de crítica en el espléndido “Strangers Almanac” (1997) y cierto respeto en el sector de la música alternativa. Pero le falta dar el salto al gran público, y lo logra con “Heartbreaker”. El disco que abre su carrera en solitario el 5 de septiembre de 2000 consigue que el amuermado americana se tambalee ante su frescura y la calidad de sus composiciones. Y aunque todavía editará un disco más como Whiskeytown, el principio de algo grande es evidente. Los imitadores le saldrán de debajo de las piedras y los críticos feroces también. Dos buenas señales de la validez de una propuesta a la que solo le falta su extraordinaria incontinencia creativa para ganar seguidores de manera exponencial.

El 4 de febrero de 2017, Ryan Adams se viste con 16 discos de estudio a sus espaldas (está a punto de editar “Prisoner”, el decimoséptimo), varios discos en directo y un sinfín de epés y singles, superando la treintena de referencias en formato corto. Una verborrea sonora que tiene su punto culminante en 2005, año en que publica tres discos, uno de ellos doble. “Cold Roses” (mayo), “Jacksonville City Nights” (septiembre) y “29” (diciembre) son magníficos, pero servidor no puede evitar quedarse con el de en medio. El que toma su nombre de la ciudad de nacimiento del ya malcarado líder del nuevo americana.

“Jacksonville City Nights” es un disco maravilloso. Así de claro. Se trata del segundo que Adams graba con The Cardinals, su banda de entonces, y en la que destaca poderosamente la presencia del gran Neal Casal. Pero, sobre todo, se trata del más roots que Ryan entrega ese año y me atrevería a decir que en su carrera en solitario. Catorce espléndidos temas que bajo la producción de Tom Shick se convierten en uno de mis momentos favoritos de su carrera. La última conexión con sus tiempos en Whiskeytown. Como la inicial ‘A Kiss Before a Go’ que parece una pieza perdida de la carrera de Gram Parsons. Embriagadoramente country y con un estribillo magnífico. O ‘The End’, donde ya has confirmado que este disco es diferente, que sus parámetros son otros y que respecto a sus predecesores hay una evidente intención de inclinarse hacia las raíces. “No conozco el sonido de la voz de mi padre / ni siquiera sé cómo canta mi nombre” canta en una letra dedicada a su ciudad.

‘Hard way to fall’ es un tema arrastrado que recuerda levemente al ‘Lay Lady Lay’ de Dylan hasta su puente, una muestra de la genialidad de Adams. ‘Dear John’ con Norah Jones al piano es la dulzura personalizada y en ‘The hardest part’ asegura que “la parte más difícil es amar a alguien que se preocupa por ti”. Quizá por ello Theo Schell-Lambert escribe en Prefix Magazine que “tal vez Adams está ganando simpatías con su voz cansada o quizá es demasiado emocionante oírle revisar a Gram Parsons pero Jacksonville City Nights parece llegar por su honesto sonido”.

‘Games’ aparece con una pedal-steel de protagonista y la voz de un Adams más inspirado como vocalista que nunca para dar paso a ‘Silver Bullets’, uno de los momentos álgidos del disco. Baladón a piano y voz, y vello de punta. ‘Peaceful Valley’, con cierto aroma celta en sus arreglos, es otro tema a destacar, aunque todos rayan a un gran nivel. Pero quizá ‘Peaceful Valley’ esté por delante. Entre rota y etérea, es maravillosa a todas luces. Ryan en estado de gracia en la voz, en la composición de la música y en una letra desgarradora. ‘September’ es la calma hecha canción para dar entrada al country trotón, de nuevo, de ‘My heart is broken’, compuesta a medias con Caitlin Cary, su compañera en Whiskeytown. ‘Trains’ es facilona y por ello resultona, ‘Pa’ nos devuelve la solemnidad a ritmo de balada country y ‘Whitering Heights’ tiene todo lo que uno puede pedir a un tema de Ryan Adams. Cierra ‘Don’t fail me now’ con un estilo compositivo que recuerda en la estrofa a Bob Dylan, otra vez, y a Willie Nelson en el estribillo, aunque Adams es demasiado personal para que esas comparaciones sean muy evidentes. La edición de coleccionista incluye cinco temas más: dos versiones de ‘What sin replaces love’, ‘Jeane’ y dos temas ajenos versionados como ‘I Still Miss someone’ de Johnny Cash y, sobre todo, ‘Always on my mind’ de Willie Nelson. Más muestras de un estado de forma excelente. Algunos lo negarán, pero cada vez que lo pincho, siento que es una obra maestra de la música de nuestro siglo. Escuchen y opinen.

Operación Rescate publicada en www.efeeme.com

Sonando: My heart is broken de Ryan Adams

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